Todas las noches nos llamábamos, yo le contaba todo lo que
había hecho en el día y él solo se limitaba a escuchar, quería que él también
me hablara de cómo estaba o como le iba todo, pero siempre recibía la misma
respuesta; “bien”, se negaba a contarme lo que en verdad pasaba, me mentía y yo
me lo creía a ciegas, cuando lo que pasaba es que estaba en medio de una guerra
y le quedaba poco.
Pasaron tres semanas y volví a casa, encontrándomela sola y
patas arriba, con un periódico encima de lo que quedaba de la mesa, sentía
temor al acercarme, pensaba lo impensable y no quería ver que esa noticia que
tanto me asustaba fuera la que había, pero afronté mis miedos y la miré, viendo
todo aquello que temía.
“Guerra en Colombia, ningún sobreviviente.”
Volví a leer el título una, dos, y hasta cuatro veces en voz
alta, intentando que todo aquello solo fuera una broma de mal gusto.
Mis ojos al ver que todo era real empezaron a soltar todas
aquellas lagrimas, pareciendo un caudaloso río.
Caí de rodillas al suelo, no podía creérmelo, lo había
perdido, para siempre, no volvería como me había prometido.
Paso todo el tiempo
recordando todo lo ocurrido, pero no puedo seguir así, me está matando,
tengo que enterrar el pasado y no volverlo a tocar más, pues las cosas suceden
por alguna razón y una vez hechas ya no se pueden remediar, ni con miles de
palabras porque lo he intentado, ni llorando ya que he llorado a más no poder.
Lo amé, lo amo y siempre lo amaré pero ya todo terminó,
seguiré adelante, volveré a ser feliz, pero nunca lo olvidaré, ya que mi pasado
ha formado lo que yo soy ahora.
Me di la vuelta lentamente, dando la espalda a su imagen
reflejada en el espejo del fondo de la sala, para dejar todo aquel dolor en el
pasado. Todo acabó, pero yo seguiré con mi promesa y siempre cuidaré de su
corazón.
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