Siempre han dicho que no nos enamoremos dos veces de la
misma persona ya que la segunda vez que lo hacemos nos enamoramos de los
recuerdos.
Puede que a Lucas le pasara eso mismo o puede que jamás
hubiera estado enamorado de aquella chica o incluso puede darse la
circunstancia de que pensara que todo podía cambiar, en ese caso no se
enamoraría de recuerdos, sino de esperanzas.
Tampoco es que hubiera dejado de creer en el amor por ella,
no había tenido oportunidad de ello, además de que sabía que aún le quedaban
varios años para conocer el amor verdadero. Puede que simplemente no estuvieran
predestinados y fueran ellos los que forzaron al destino para que jugara de su
parte y por ello se destrozaron mutuamente, posiblemente sus caminos no se
habían cruzado de esa manera, porque si hubiera sucedido así, hubiera sido tan
maravilloso que habrían dejado una huella más grande que la que debe ser dejada
y por esto, el destino decidió separarlos.
Pero si estaba escrito así ¿por qué todo le decía que podría
hacer algo más? Por
todas las dudas que almacenaba en su cabeza decidió empezar una segunda parte
porque aunque nunca fueron buenas, poseía todo el tiempo del mundo para ser la
excepción que confirma la regla.
Varias veces le había pedido consejo a su hermano mayor
sobre lo que podía hacer, pero cada vez que hablaban, su hermano intentaba por
todos los medios descubrir quién era aquella misteriosa chica, no era porque le
diera vergüenza admitir que tenía novia a la temprana edad de doce años, ni
mucho menos contar que aquella chica se trataba de su vecina de enfrente,
Marta, sin duda no era ninguna de esas causas, simplemente, Lucas tenía miedo
de que le dijeran que era demasiado pequeño o que su relación jamás sería de
verdad, le aterraba que tuvieran razón y que el sólo estuviera haciéndose la
vida más complicada. Y como lo único que
podía hacer era aprender a controlar esos miedos para poder librarse de ellos,
siguió según lo que le dictara el corazón, porque aunque se equivocara sabría
que hizo lo que en ese momento quería.
Hubo una ocasión en la que su hermano desistió en intentar
averiguar algo y simplemente le citó una frase que había leído recientemente,
le dijo que el amor era darle el poder a alguien de que te destruya, confiando
en que no lo hará.
Con aquello algunas de sus muchas respuestas quedaron
resueltas. Él sabía perfectamente que amaba a Marta y aunque no hubiera sido la
primera vez que le sucedía eso, en esta ocasión se había dado cuenta de que no
podía confesárselo, porque si le había destruido una vez podría volvérselo a
hacer, podía ser que el destino le ayudara o no, por lo que decidió no
jugársela y un día mientras iba a su encuentro decidió terminar con las
posibilidades de volver a salir dañado.
Puede que tuviera diez años menos que su hermano y que él no
supiera mucho acerca de ese tema, pero sí sabía con certeza que si le regalaba
una margarita ella conocería la verdad, así que optó por regarle una sin
pétalos, para que jamás supiera si la quería y así nunca darle el poder de
volverle a destruir.